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En Nicaragua Masaya, de la revolución sandinista a la dictadura de su comandante

La ciudad nicaragüense que fue el principal bastión de quienes derrocaron en 1979 el régimen de los Somoza ahora se vuelve contra Daniel Ortega, el hombre que comandaba a los revolucionarios de entonces y que ahora manda a asesinar a los jóvenes que lo desafían

Masaya fue considerada heroica por los sandinistas y ahora también por la oposición democrática aunque por diferentes razones. Esta pequeña ciudad a 26 kilómetros de Managua, más un suburbio de la capital nicaragüense que otra cosa, fue el centro de la insurrección de los años ochenta contra Anastasio Somoza. Desde allí se gestó el asalto final contra el cuartel general del dictador. Hoy, el dictador cambió, el antiguo comandante sandinista Daniel Ortega que ya lleva 22 años en el poder se convirtió en el nuevo sátrapa. Y es Masaya la que vuelve a levantarse contra la opresión.

Los estudiantes masayas muestran una verdadera maestría para levantar barricadas con rapidez y estrategia militar; delata el pasado insurreccional y guerrillero de la población. Desde allí contrarrestan los ataques de las hordas de parapoliciales que envía el ex comandante guerrillero. La antigua ciudad revolucionaria y su barrio de Monimbó, hasta hace un mes bastión de ese travestido sandinismo, volvieron a la lucha cuando el gobierno anunció un recorte de las jubilaciones y un aumento de los aportes al Instituto de Seguridad Social. Se habían acabado los dólares y el petróleo barato que les enviaba Venezuela como solidaridad «revolucionaria» entre el chavismo y el orteguismo.

Primero, fueron apenas unos cuantos jubilados los que salieron a las calles a protestar. La mecha se encendió el 18 de abril en León, la segunda ciudad del país, cuando unos parapoliciales orteguistas atacaron una de esas marchas. Los estudiantes creyeron que eso era una barbaridad y se juntaron en el Shopping Camino de Oriente, en la periferia de Managua.

Otra vez la represión brutal. Aparecieron los de «la turba» o «los motorizados» y los molieron a palos. Estos matones son, en su mayoría, empleados de alguna dependencia del Estado, ex custodios o simples militantes a sueldo. Andan en motos de a dos. Uno maneja y el otro pega o dispara. La policía de uniforme observa como si estuviera viendo una película de Netflix.

El levantamiento del pueblo de Nicaragua se profundiza al mismo tiempo que se acrecienta la represión del régimen de Daniel Ortega: más de 300 muertos en apenas tres meses (Reuters)

El levantamiento del pueblo de Nicaragua se profundiza al mismo tiempo que se acrecienta la represión del régimen de Daniel Ortega: más de 300 muertos en apenas tres meses (Reuters)

Pero cuando las imágenes de lo que estaba sucediendo se hicieron virales en las redes sociales muchos más se indignaron. Al otro día salieran miles a las calles. Los motorizados dejaron los palos y comenzaron a tirar a mansalva. Tres meses más tarde, son 350 los muertos y los heridos dejaron de contarse.

Los últimos en levantarse contra Ortega fueron los de Masaya, los del barrio de origen indígena de Monimbó. Y cuando esto sucedió todos supieron que era el comienzo del fin del orteguismo. Los que lo habían apoyado sin fisuras hasta ese momento, también se rebelaban contra el nuevo dictador y su mujer.

Daniel Ortega Saavedra, de 72 años, su esposa, vicepresidenta y «medio bruja«, Rosario Murillo Zambrana, de 66, son el objetivo del levantamiento popular. Él pasó de ser un héroe revolucionario a un pobre imitador de la dinastía de los Somoza que gobernó y sometió a Nicaragua por décadas hasta que el sandinismo, precisamente con Ortega a la cabeza, derrocaron al último de sus hijos pródigos (el ERP argentino se encargaría de matarlo, luego, en su exilio de Paraguay).

Pero ella es la más odiada. Es una déspota que mezcla política con esoterismo y que hasta defendió a Ortega cuando su propia hija lo denunció por haberla violado. Ortega ya gobernó Nicaragua once años entre 1979 y 1990, era entonces el máximo comandante de la revolución, y otros once desde 2007. Como a todos, le gustó tanto el poder que pretende quedarse de por vida en el palacio de gobierno. Se consiguió una constitución que le dio la reelección permanente.

Ella, la Murillola Chayo (el apodo que le dan los nicaragüenses a las Rosario) o la Chamuca (bruja) como la denominan en las calles, mandó a plantar por toda la ciudad unos «árboles de la vida». Monumentos de veinte metros de alto y armas retorcidas copiadas, dicen, de una pintura de Gustav Klimt, y en el que otros encuentran símbolos esotéricos entre el follaje de hierro. Había unos 150 de estos árboles repartidos por toda la ciudad, principalmente en los bandejones centrales de las avenidas de entrada y salida de Managua.

Masaya se convirtió en uno de los puntos más fuertes de la resistencia contra la dictadura de Daniel Ortega (Reuters)

Masaya se convirtió en uno de los puntos más fuertes de la resistencia contra la dictadura de Daniel Ortega (Reuters)

Los manifestantes se la agarraron contra ese poderoso símbolo que desde entonces denominan como chayopalo y que empezaron a derribar como si estuvieran abriendo un nuevo campo de cultivo en la Amazonía. Los motorizados se volvieron locos y siguieron disparando a mansalva. Esto lanzó más manifestaciones y más barricadas. Las escenas parecían copiadas de las de cuarenta años atrás: muchachos con pañuelos tapando la cabeza y las caras hasta los ojos, al estilo palestino. Esta vez, sin fusiles; apenas unas hondas y unos morteros caseros. Junto a ellos aparecieron varios curas. Los sacerdotes progresistas de la Teología de la Liberación que habían sido el soporte moral de los sandinistas se levantaban contra la nueva dictadura.

Las consignas eran las mismas de hace cuatro décadas aunque aggiornadas: Patria libre o morir, pasó a ser Patria libre o vivir o Patria libre para vivir. Pero esa frase tan descarada y popular de los guerrilleros sandinistas, ¡Que se rinda tu madre!, quedó igual. También aparecieron otras pintadas más explícitas y actuales: ¡Déspota! ¡Asesino! ¡Fuera de aquí Daniel! u Ortega, estás muerto.

En Masaya, y particularmente el barrio revolucionario de Monimbó, quisieron terminar con uno de los símbolos sandinistas que aún quedaban en pie: El Repliegue. Conmemora cada año, en vísperas del aniversario del triunfo de la revolución del 19 de julio de 1979, el retroceso táctico que hicieron los sandinistas antes de lanzar el asalto final.

Las protestas en Nicaragua comenzaron en 18 de abril (Reuters)

Las protestas en Nicaragua comenzaron en 18 de abril (Reuters)

(AFP)

(AFP)

Ese día, Ortega caminaba desde Managua hasta Monimbó junto a un séquito de sus funcionarios. En Masaya murió en combate Camilo Ortega, su hermano y el bueno de la familia. Este año no pudo hacer el trayecto. La carretera estaba sembrada de adoquines y Masaya había sido «liberada» por los rebeldes.

Mientras seguían cantando la revolucionaria canción de Carlos Mejía Godoy:

Vivirás Monimbó,
Llama pura del pueblo
Oigo tu corazón,
Atabal guerrillero
Donde el indio cayó
Floreció el granadillo
Para hacer las marimbas
Que toquen los sones de liberación.

Fue un baño de sangrePor el día y por la noche, Masaya parece una ciudad en guerra, fueron títulos de La Prensa, el diario de los Chamorro que en su momento apoyó al sandinismo y que en la última década se convirtió en la principal voz contra los Ortega. La ciudad que hasta hace unos pocos días estaba repleta de turistas y artesanos, ahora está cubierta de decenas de barricadas, levantadas con adoquines, señales de tránsito, algunas maderas de las construcciones y troncos de árboles.

Es imposible llegar al barrio de Monimbó sin un «guía», y para eso hay que ser alguien de confianza como un periodista extranjero o un antiguo combatiente auténtico. Los medios nicaragüenses, controlados por el Estado, culpan de todo a los «delincuentes» y a los «grupos criminales». El canciller, Denis Moncada, denunció «una conspiración derechista que quiere destruir la imagen internacional del país y permitir que el crimen organizado se quede con el control«.

La realidad se acerca mucho más a lo que describió el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal cuando era parte de los sandinistas en plena revolución:

Todo comenzó con una misa por Pedro Joaquín Chamorro en Monimbó, y el bautizo de una plaza con su nombre, lo que se volvió una agitación de masas y provocó un ataque de la Guardia somocista con bombas lacrimógenas, y después con armas de fuego; y el pueblo levanta barricadas para impedir la entrada al barrio, y alfombran las calles de vidrios quebrados para que no pasen vehículos; se encienden fogatas por todas partes, y los muchachos encaramados a los árboles como monos tiran bombas a los guardias que intentan acercarse. Una peculiaridad del barrio indígena es que los patios se comunican entre sí, no hay cercos entre ellos, y además esa vez hicieron boquetes en las paredes, de manera que un muchacho podía atacar a los guardias en una calle, entrar a una casa y salir varias cuadras más lejos en otra calle.

Entonces se organizaron los Comités de Lucha, presididos por un Consejo de Ancianos, como lo habían tenido en sus estructuras sociales aborígenes en tiempos de antaño. En una entrevista que dieron enmascarados en «Algún Lugar de las Rinconadas», declararon a su barrio «Territorio Libre de Nicaragua». Nadie que no fuera del barrio podía entrar ni salir si no era interrogado. Y tenían las cárceles del pueblo.

En las esquinas eran esperados los BECATS (los vehículos militares con que patrullaba la Guardia somocista) y ellos parecían locos disparando sin saber a quién, mientras los muchachos se agazapaban para que no los vieran. O desde los techos les dejaban caer las bombas. La Guardia dijo que los indios de Monimbóeran brujos. Nunca pudieron ver a nadie que tiraba las bombas; y eso que los combates eran todos los días.

El miembro de una de las fuerzas de choque de Ortega carga una piedra en Monimbo en Masaya, (Reuters)

El miembro de una de las fuerzas de choque de Ortega carga una piedra en Monimbo en Masaya, (Reuters)

En aquel entonces, desde las barricadas flameaban las banderas rojinegras del sandinismo. Y los rebeldes llevaban unas máscaras indígenas con el contorno de una cara circense muy particular. Esas imágenes se veían con enorme entusiasmo en buena parte de América Latina que se encontraba ahogada por dictaduras militares. Pero todo terminó entonces en una enorme frustración con ex comandantes revolucionarios al frente de los Contras armados y conducidos por el gobierno estadounidense de Ronald ReaganOrtega, que mantenía ansias extraordinarias de poder, logró regresar y formar gobierno para terminar travistiendo los principios que él había enarbolado. Y matando a los muchachos que en el siglo XXI quisieran volver a los ideales originales. La revolución de los ochenta se consolidó en el Moninbó de Masaya, la misma tierra donde ahora quiere renacer en versión democrática.

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