Así lo afirmó el disidente Manuel Cuesta Morúa en una entrevista con Infobae. Aclaró que el acuerdo con los Estados Unidos es también una oportunidad para que la oposición impulse cambios democráticos
«Nací hace 52 años, después de la revolución. Fui formado por la revolución cubana. No conozco nada de lo anterior más que por los libros». De esta forma se presenta Manuel Cuesta Morúa. Historiador y ex militante comunista, hoy es uno de los referentes de la disidencia al desempeñarse como vocero del socialdemócrata Arco Progresista, grupo que integra Espacio Abierto.
Su camino al lado del régimen de Fidel y Raúl Castro duró poco. El día que Irak invadió a Kuwait en 1991 marcó el punto decisivo de inflexión. «Me habían enseñado que había que luchar contra los países que intentaban destruir a otros, apropiarse de sus recursos y pulverizar su soberanía. Nos habían enseñado que Estados Unidos quería engullirse a Cuba. Pero no hubo una reacción política del régimen y eso me pareció una inconsistencia», recuerda.
«Si uno tiene convicciones claras y logra contrastarlas con la realidad, no es difícil darse cuenta de que lo que dice y ha dicho el discurso oficial no coincide con lo que está pasando con la realidad», asegura Cuesta Morúa a Infobae durante su visita a Buenos Aires, adonde viajó para presentar su libro «Ensayos progresistas desde Cuba», invitado por Cadal.
Por eso, sostiene que el acuerdo para restablecer las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos rompe con la «narrativa del enemigo externo» y afirma que es una oportunidad para la oposición que le permitirá erguirse como una verdadera alternativa democrática, que introduzca cambios en el país.
-A diferencia de otros sectores de la disidencia cubana, usted se mostró a favor de la normalización de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, ¿qué es lo que destaca?
La narrativa del régimen ha sido muy sólida contra el enemigo externo, que es Estados Unidos. El peso histórico de Estados Unidos en determinar en cómo ha sido y cómo podría haber sido el destino del país es muy fuerte y está metido en las venas. Y sobre esa carga, el gobierno cubano construyó un enemigo formidable para enmascarar un régimen autoritario. Este cambio destruye por primera vez en la historia de Cuba la narrativa del enemigo externo. Para nosotros, los demócratas cubanos, es fundamental la caída de ese muro narrativo para poder articular ante la comunidad internacional, en especial América Latina, y ante la ciudadanía cubana una agenda y un discurso alternativo de cambio democrático. Este es un momento en que la mayoría del pueblo cubano pide cambios, de uno u otro matriz. La elite minoritaria sabe que tiene que cambiar.
-¿A qué atribuye la decisión de Raúl Castro de acercarse a este país que por décadas calificó de enemigo?
Creo que no esperaba que el gobierno de Barack Obama le hiciera una oferta de esta naturaleza. Y aceptó porque no podía vender a la comunidad internacional una negativa a no establecer relaciones cuando la otra parte de su narrativa ha sido quejarse de que Estados Unidos era quien ponía condiciones y no quería tener relaciones. Tampoco podía ser vendible la idea de rechazar las negociaciones y seguir denunciando el embargo norteamericano. No se han negado, pero han tratado de ralentizar el acercamiento porque no tienen la capacidad para administrar la oferta norteamericana. Y Estados Unidos quiere el acuerdo antes de la Cumbre de las Américas, en abril, y el régimen no quiere otorgarle esa victoria.
-¿Y del lado de los Estados Unidos?
Hay varias motivaciones. Por un lado, el cansancio con una política que si bien ayudó a poner de relieve el tema de los derechos humanos en Cuba, al final no ha tenido el éxito que pretendía. Medio siglo de fracaso es demasiado tiempo. La segunda razón es un tema estricto de seguridad nacional. Cuba está en una crisis que se profundiza. La salida tradicional a las crisis de Cuba ha sido invadir la frontera sur de los Estados Unidos. Un Estado fallido en el Caribe tan cerca de los Estados Unidos también es problemático, no solo en lo que respecta a la trata ilegal de personas, sino también al narcotráfico. Y hay un elemento de naturaleza geopolítica: las relaciones de EEUU con América Latina continuaban deteriorándose por la relación con Cuba. Todas esas razones se unen par que ellos ensayen otro enfoque de acercamiento.
-¿Cuál cree que será el impacto de la apertura en el estilo de vida del pueblo cubano?
Tiene un impacto psicológico, porque entonces los Estados Unidos no son el enemigo. Un segundo impacto es que van a fluir más reservas de cubanos hacia sus familiares en el país. Eso también ayuda a aliviar una situación difícil, porque la cubana es una economía totalmente improductiva, con una estructura económica obsoleta. Las expectativas que se han creado el 17 de diciembre fueron muy altas. El problema es que el régimen cubano no crea los mecanismos para que fluya coherente y consistentemente cualquier ayuda y apoyo de los Estados Unidos a los cubanos. Un caso en discusión ahora mismo es que no hay un mecanismo para que los particulares cubanos reciban créditos norteamericanos para emprender en Cuba.
-Distintas empresas multinacionales, como Amazon o Netflix, tienen previsto instalarse en la isla o ya lo hicieron, ¿es el fin del modelo comunista en Cuba o es una mutación?
Marca el fin del comunismo castrista, aunque el fin de este modelo se viene produciendo de antes de esta afluencia, de la entrada masiva de la economía de consumo. Significa el fin del modelo, pero no el fin del régimen. Son dos cosas distintas. Pero el modelo está herido de muerte.
«HAY UN NUEVO ESCENARIO Y UN NUEVO DESAFÍO PARA LA OPOSICIÓN EN CUBA»
-Ante estos cambios, ¿cuál es su proyección de acá a 10 años?
Tengo un miedo y es que de aquí a 10 años Cuba se convierta en una provincia autónoma rebelde de la Unión por la falta de visión estratégica del gobierno cubano. No han pensado un proyecto de país, no tiene una visión de Estado, solo tiene una visión de poder. Y por eso, con tal de mantener el poder, puede llegar a permitir que Cuba sea un apéndice económico de los Estados Unidos si ello les garantiza su poder. El país, para bien o para mal, no tiene la maldición de las materias primas porque prácticamente no tiene nada para ofrecer más que servicio y turismo. Pero podríamos ser una economía abierta, conectada con el mundo, con Estados Unidos y América Latina; un país que puede autoabastecerse.
-¿Cambió la situación de la disidencia cubana después del 17 de diciembre?
Sí, cambia en dos sentidos clave. El primero es que ya la disidencia en Cuba se ve obligada esa fase de resistencia para tratar de convertirse en una opción política. Obliga a un replanteo acerca de cuáles son las estrategias más apropiadas para lograr la democratización. Cambia también que ahora debemos legitimarnos tanto dentro como fuera del país como una propuesta política. La oposición está obligada a redefinirse. Por otro lado, nos obliga a tratar de trabajar juntos en una sola dirección productiva. Hasta ahora no hemos estado divididos, pero sí fragmentados, lo que ha impedido que se presente una propuesta clave. Actualmente, estamos trabajando para crear una agenda conjunta y concreta. Hay un nuevo escenario y un nuevo desafío para la oposición en Cuba.
-¿Cómo es ese trabajo de la oposición para una propuesta única?
Un grupo de organizaciones y personalidades estamos ya trabajando en esa propuesta única y ese mismo grupo está negociando y avanzando con otros grupos y segmentos. Ese grupo es Espacio Abierto, que es una mesa de diálogo de diversos actores de la sociedad civil que hemos decidido juntarnos, consensuar y discutir estrategias comunes.
«EN EL CONTEXTO ACTUAL, EL CASTRISMO NO PUEDE DESOÍR LAS VOCES DE LA CIUDADANÍA»
-¿En qué consiste la iniciativa que impulsa de ley electoral y de legalización de asociaciones de partidos?
La democratización del país debe ser empujada desde la ley y hacia una ley que se base y fundamente en un Estado de derecho en Cuba. En Espacio Abierto hemos hablado de la necesidad de reformas constitucionales y legales, de una manera gradual. Estas son las dos que vamos a impulsar. La ley de asociaciones de partidos con la que se reconozca la rica diversidad de las organizaciones de la sociedad civil y a la menos rica pluralidad de partidos políticos. Ya hay abogados que están trabajando para presentarla ante la Asamblea Nacional. Y lo segundo es una nueva ley electoral que refleje esa pluralidad política que se ha vertebrado ya como parte de la Cuba real, no de la Cuba oficialista.
-En 2002, el fallecido disidente Oswaldo Payá y otros sectores encabezaron una propuesta de reforma similar, el Proyecto Varela, que fue tratado y rechazado por el Congreso cubano, ¿por qué piensa que será distinto con esta otra iniciativa?
El Proyecto Varela es un antecedente importante; fue uno de los primeros movimientos en hablar de la necesidad de reformar la ley electoral. Partimos de esa herencia y de experiencia. Hemos aprendido cómo se debe empujar un proyecto de ley electoral. Si uno se atiene a la ley cubana, recoge 10.000 firmas y lo presenta a la Asamblea, con eso se debería garantizar que esa propuesta sea discutida. Pero no solo debemos trabajar en esa cifra legal, sino también en la cifra política, que es la masa crítica de ciudadanos que necesitamos de apoyo. El Proyecto Varela fue en otro contexto, pero en el actual el castrismo no puede desoír las voces de la ciudadanía, ni desentenderse de esta propuesta si tiene ese apoyo.
-En el segundo semestre del año pasado, la oposición denunció una menor cantidad de detenciones arbitrarias, ¿a qué lo atribuye?
Desde hace un tiempo, el régimen viene tolerando, aunque no siempre, los encuentros cívicos bajo techo. Pero en ningún caso tolera a aquellos que creen que se puede reproducir algo así como una primavera árabe en Cuba. En términos analíticos, la oposición de divide entre quienes creemos que se puede hacer política en reuniones cívicas, trabajando con la ciudadanía, y quienes creen que hay que tomar el poder desde las calles. Las detenciones en este último tiempo están dirigidas a ese grupo. El régimen tiene un miedo atroz a lo que llaman desestabilización, que no es más que el cambio.
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