Este 20 de enero se conmemora en Estados Unidos el nacimiento del reverendo Martin Luther King, nacido el 15 de enero de 1929 y asesinado en 1968, en Memphis, Tennesee.
Por su papel al frente de la lucha por los derechos civiles de los afronorteamericanos, en contra de la segregación y la discriminación racial y por sus esfuerzos en pos de políticas contra la pobreza y por la paz, el reverendo King se convirtió en una de las figuras más reverenciadas en la historia, no solo de su país, sino del mundo. Junto a Gandhi, es el principal apóstol de la no violencia.
Su discurso I have a dream, pronunciado en 1963, en Washington, como culminación de la marcha por los derechos civiles es considerado, junto a la Oración de Gettysburg de Abraham Lincoln, la pieza oratoria más importante y conocida de la historia norteamericana.
Ganador en 1964 del Premio Nobel de la Paz, en 1977 se le concedió póstumamente a King la Medalla Presidencial de la Libertad, y en 2004, la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos. Desde 1986, bajo el gobierno de Ronald Reagan, luego de una amplia campaña nacional en pro de ello, en la que estuvieron involucradas numerosas personalidades del arte, la cultura y la política, se instituyó el 20 de enero, como feriado, el Día de Martin Luther King.
En Cuba, donde bautizaron con su nombre a una institución de religiosos que sirven incondicionalmente al régimen castrista, se habla poco de Martin Luther King. Si acaso, para destacar su oposición a la guerra de Vietnam, su simpatía por el Tercer Mundo, y sus inclinaciones a la izquierda, a pesar de que siempre rechazó el comunismo a causa del materialismo negador de la religión, su “relativismo étnico” y su “totalitarismo político”. También insinúan que su asesinato fue ordenado por el gobierno norteamericano y lo pintan tan radicalizado en sus últimos años, a él que siempre abogó contra la violencia, que poco falta para que lo pongan al nivel de Malcolm X y los más belicosos de los Black Panthers.
Ojalá los cubanos hubiésemos tenido un Martin Luther King. Y no lo digo solo por lo necesaria que hubiese sido una figura como la suya, con tanta entereza, ética y coherencia en sus ideas sobre la desobediencia civil, para la lucha pacífica por la democracia. Lo digo porque en Cuba, pese a lo que digan los mandamases y aquellos que no quieren acabar de sensibilizarse con el problema, pervive la discriminación racial.
No será en Cuba tan grave como en la Sudáfrica del apartheid o como fue en los estados del sur de los Estados Unidos, pero el problema sigue ahí, prendido como la mala yerba.
Fidel Castro dio por resuelta la cuestión racial. Se avanzó al respecto en los primeros años del régimen revolucionario. Y luego, no se habló más del asunto, para “no crear divisiones que beneficiaran al enemigo”. Y así, lo que hicieron fue barrer bajo la alfombra el polvo que creó los lodos de hoy.
Es sabido que un problema del que no se puede hablar, nunca será resuelto del todo.
Recordemos que en tiempos de Luther King, el régimen castrista, que publicaba los libros de Franz Fanon, estimulaba la producción de documentales como Now de Santiago Álvarez, ensalzaba a Malcolm X, apoyaba a los Black Panthers y daba refugio en Cuba a muchos de ellos prófugos de la justicia norteamericana, al mismo tiempo, reprimía a Walterio Carbonell y a varios de los jóvenes escritores negros de Ediciones El Puente, porque los acusaban de querer abogar por el Poder Negro.
En los últimos años, el régimen ha tenido que admitir que aún subsisten vestigios de discriminación racial en la sociedad cubana, pero lo explican como “un problema cultural”. Para solucionar el problema, a los mandamases no se les ocurre más que crear comisiones que diluirán su trabajo en mera palabrería, con la anuencia de un puñado de tíos Tom, y ubicar algunos negros y mulatos como locutores en la TV, en algunos cargos del gobierno y como diputados y diputadas en la Asamblea Nacional del Poder Popular.
A las organizaciones independientes que se ocupan del tema racial, como la Comisión de Integración Racial e incluso la Cofradía de la Negritud, para nada vinculada a la oposición, las hostigan y reprimen, bajo la acusación de que son “mercenarios al servicio del imperialismo yanqui”.
Así, la solución del problema racial sigue siendo pospuesta, en el vano intento de crear una unidad pos racial en que se diluya la identidad negra. Solo hay que escuchar a Díaz-Canel cuando, parafraseando mal a Fernando Ortiz, habla de blancos que parecen negros y negros que parecen blancos.
Mucha falta haría entre nosotros, por el bien de todos los cubanos, alguien como Martin Luther King. A ver si se soluciona, de una vez y por todas, el problema racial.
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